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¿Qué hemos aprendido sobre liderazgo escolar el 2021?

Durante los últimos dos años, el panorama educativo ha enfrentado grandes desafíos. El paso desde las aulas presenciales a entornos digitales movilizó además preocupaciones en una serie de ámbitos, como el bienestar de estudiantes y docentes, la necesidad de promover la equidad y la justicia social, el fortalecimiento de la colaboración y el desarrollo profesional docente, la necesidad de mantener los procesos de enseñanza y aprendizaje y, más recientemente, de recuperar aprendizajes. En este contexto, a lo largo del 2021, el Boletín de Liderazgo Escolar ha puesto énfasis en relevar y difundir avances y nuevas tendencias en estas áreas, en línea con su propósito de conectar a profesionales de la educación con evidencia, literatura y análisis que sean significativos y recientes. En esta edición, reflexionamos sobre algunos de los temas clave que abordamos durante el 2021.

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Probablemente, una de las temáticas centrales de la conversación sobre educación en el período 2020-2021 han sido los cambios y ajustes que ha sido necesario realizar tanto a nivel de sistema como al interior de las escuelas, no solo en nuestro país, sino que globalmente. En términos concretos, a nivel latinoamericano la mayoría de los países declaró haber realizado adaptaciones curriculares, sobre todo enfocadas en la priorización de contenidos. También reportaron modificaciones en los sistemas de evaluación de aprendizajes, promoviendo la obtención de datos útiles para monitorear el estado actual de estos y orientar los esfuerzos de recuperación. Todos estos cambios, la mayoría de ellos abordados desde el nivel central, han desafiado la labor de directores y directivos en sus contextos locales, exigiéndoles nuevas habilidades y diversificar las tareas y procesos que tradicionalmente llevaban a cabo en sus establecimientos.

En esta línea, otro tema clave este año 2021 es justamente cuál es el rol y las nuevas tareas que cumplen las y los líderes escolares. Sin duda, en tiempos complejos como el actual, directoras y directores han debido utilizar estrategias adaptadas para responder a las necesidades específicas de sus contextos, atendiendo de manera adecuada a las múltiples demandas contingentes y a la vez manteniendo el énfasis en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Si bien en la práctica, el período de pandemia hizo evidente -quizás más que nunca- el rol articulador y de influencia del liderazgo, visible en prácticas como establecer una dirección, facilitar el aprendizaje profesional y monitorear la implementación del currículum, también desde la investigación se ha generado cada vez más evidencia sobre la importancia directiva. Ya se habla de que el impacto de tener un director efectivo sobre el logro escolar es casi tan importante como el efecto de tener un docente igualmente efectivo. Por lo mismo, también se ha enfatizado en la necesidad de fortalecer el rol de las y los directores -especialmente en el contexto latinoamericano- con procesos de formación acorde a las necesidades, pero también con sistemas amplios que apoyen su gestión y que sean coherentes con los objetivos de mejora y en la comunicación de prioridades.

Otro eje clave de este año ha sido la necesidad, cada vez más evidente, de fortalecer la colaboración docente en los establecimientos educativos. Si bien las características de este tipo de prácticas y sus efectos positivos en la enseñanza han sido estudiados desde hace un tiempo, los dos últimos años han reforzado la necesidad de generar redes internas e interescuelas que permitan compartir y producir buenas prácticas de enseñanza y, a la vez, movilizar hacia una crítica que sea constructiva. El período de clases a distancia generó una oportunidad, quizás inédita, para registrar y observar la actividad en aula, movilizando una desprivatización -o apertura- de las salas de clases en un sentido amplio, posibilitando más que nunca un trabajo conjunto y coordinado transversal a la organización. En esta línea, la experiencia de investigación desarrollada a nivel local mostró que es posible desarrollar colaboración con un claro foco pedagógico, incluso en el marco del trabajo a distancia. En esa lógica, el rol directivo también es una influencia clave en los procesos de colaboración. Por ejemplo, las y los líderes poseen la misión de promover condiciones, y a la vez entregar un soporte que mantenga el propósito, con el fin de generar una verdadera cultura colaborativa. En ese sentido, se ha observado que una de las características que más se repite en los contextos donde existe una colaboración efectiva, es el contar con tiempo dedicado para hacerlo, de manera que sea parte de la rutina de los equipos. A nivel local todavía parece un desafío para las escuelas incluir la colaboración como parte de su trabajo cotidiano, sobre todo por su gran carga de actividades. Por ello, una posibilidad que se vislumbra es la de institucionalizar espacios para el intercambio y el trabajo entre pares, que posea un claro énfasis en la mejora -o en el contexto actual-, en cómo movilizar conjuntamente la recuperación de aprendizajes.

Un tema que ha preocupado durante el período 2020-2021 son las inequidades presentes en el sistema educativo, que han quedado de manifiesto sobre todo por las grandes brechas en las posibilidades de acceder a la educación remota y/o a materiales de enseñanza, y de contar con apoyo en los procesos de enseñanza-aprendizaje. En esta línea, el estudio de la justicia social en el marco del liderazgo escolar ha relevado la pregunta sobre cómo es posible crear escuelas en las que cada estudiante, independiente de su origen o de sus condiciones, posea iguales oportunidades de acceso y calidad en la educación. Si bien este desafío no tiene una respuesta unívoca en cuanto a líneas de acción a seguir, sí es una preocupación que las y los líderes han comenzado a abordar, de forma de implementar un liderazgo que sea responsivo a las diferentes necesidades y características de sus estudiantes. En el contexto de pandemia, por ejemplo, las y los líderes han realizado grandes esfuerzos para coordinar la adaptación de contenidos y movilizar a sus equipos, de forma de llegar a todos sus estudiantes. Sin embargo, la pregunta por la justicia social es amplia, dadas las múltiples posibilidades de desarrollo que ofrecen las escuelas. En ese sentido, sus ámbitos de aplicación o estudio pueden, incluso, proyectarse a temáticas como la exploración de opciones vocacionales que den respuesta a la diversidad de necesidades.

Finalmente, si bien la pregunta sobre cómo promover el bienestar en las escuelas fue un tema ampliamente abordado en 2020, éste sigue presente en las escuelas, tanto a nivel de estudiantes como de equipos docentes. En tiempos que son fuertemente exigentes en cuanto a tareas y que han requerido gran flexibilidad ante los cambios, el desgaste ha sido evidente. En esta línea, previo a la pandemia ya se había declarado que los liderazgos exitosos son capaces potenciar el bienestar de la comunidad educativa y que, además, generan entornos de preocupación por el otro, confianza y respeto mutuo. Adicionalmente, se ha establecido que la confianza y la “seguridad psicológica" son condiciones clave a la hora de generar cambios a nivel escolar.

Sin duda, 2021 ha sido un año de cambios y desafíos, pero también una oportunidad para reconocer y reforzar distintas áreas de influencia del liderazgo escolar, ampliando las posibilidades de impacto en las comunidades escolares. Ha sido un período donde se ha hecho evidente la necesidad de escuchar y leer el contexto para generar respuestas adecuadas y movilizadoras de cambios y, también, para diagnosticar cuáles fueron los impactos locales causados por la pandemia y cómo comenzar a abordarlos. El 2022 se proyecta como un año donde permanecerán y se profundizarán algunas de las conversaciones que discutimos en esta edición, pero donde además probablemente se priorice un tema tan relevante como es la recuperación de aprendizajes, donde el liderazgo directivo jugará otra vez un rol central.

 

Texto elaborado por Claudia Llorente y Paulo Volante.