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Colaboración Pedagógica: Un desafío clave para el liderazgo escolar

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Un desafío para quienes dirigen instituciones escolares es instalar la colaboración con foco pedagógico como práctica deliberada y continua. Si bien se trata de una expectativa compartida a nivel global y se conocen ejemplos de éxito, también existen barreras que dificultan su implementación. En ese sentido, abrir las salas de clases a la observación es un primer paso para conocer las prácticas en el aula y fortalecerlas en el contexto de iniciativas de aprendizaje profesional.

Si bien la colaboración docente ha sido situada como una práctica relevante en las organizaciones educativas, su implementación no está exenta de desafíos. Además de la coordinación propia que requieren este tipo de iniciativas, exige demostrar una “apertura” o “desprivatización” de la enseñanza, con el fin de analizar la situación actual y acompañar los esfuerzos de mejora. Por ello, en muchos lugares las salas de clases continúan siendo lugares “cerrados”, donde solo participan el o la docente a cargo y sus estudiantes, y que no están disponibles para la observación y análisis por parte de pares o directivos. Por otro lado, en algunos contextos las estrategias de “apertura” de las aulas son comprendidas como una práctica de control más que de acompañamiento o soporte, por lo que son recibidas con resistencia.

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Se ha reportado que en América Latina las y los directores dedican alrededor del 20-25% de su tiempo a labores de tipo pedagógico (Adelman & Lemos, 2021). En Chile, a partir del 2010 el Ministerio de Educación ha promovido iniciativas para movilizar el liderazgo y la colaboración docente, por ejemplo a través de las redes de mejoramiento. Especialmente relevante ha sido la ley 20.903 del 2016, que crea un Sistema de Desarrollo Profesional Docente, debido al impulso que otorgó al aprendizaje profesional en cada escuela o territorio y a la creación de “Planes de Desarrollo Local”. En este contexto, un desafío para las y los directores es guiar las oportunidades de aprendizaje profesional y colaboración entre profesores, a partir de los recursos y capacidades con que se cuenta en las escuelas.

En este escenario, el proyecto “Prácticas de colaboración entre equipos de liderazgo instruccional, para una mejora pedagógica sustentable” (FONDECYT N° 1201710, 2020-2022), implementado desde la Facultad de Educación UC y liderado por el profesor Paulo Volante, buscó adaptar y probar un modelo que potencie el desarrollo de equipos de aprendizaje profesional entre directivos y docentes, poniendo el foco en la mejora de prácticas que impactan positivamente en la calidad de la enseñanza. El proyecto se basó́ en el modelo denominado “Teacher Peer Excellence Groups” (Cravens, Drake, Goldring, y Schuermann, 2017), que propone tres principios de acción: (1) la práctica de la enseñanza se hace visible a otras personas; (2) el trabajo colectivo es posible de compartir y (3) la experticia de los docentes ayuda a validar estrategias de enseñanza. En la investigación local, estos principios se tradujeron en actividades relacionadas con la apertura de las aulas, el registro de videos de clases y el análisis compartido de desafíos pedagógicos. En función de lo anterior, la investigación aplicada en Chile propuso a las escuelas y equipos participantes un itinerario de actividades que se denominó “Ciclo de Investigación Colaborativa” (CIC), que contempló la planificación compartida de clases, la observación en el aula, la retroalimentación entre pares y, finalmente, el refinamiento de las planificaciones iniciales.

En la implementación de la propuesta participaron 12 escuelas distribuidas en tres regiones del país, con quienes se desarrollaron sesiones de práctica guiadas por el equipo del proyecto. En total, se estimaron 6 horas de trabajo mensual por escuela durante los años 2020 y 2021, durante las que se observó un progresivo desarrollo de la autonomía en la colaboración. Además, se llevaron a cabo sesiones mensuales “ampliadas” en modalidad virtual, las que permitieron, en las fases iniciales, visibilizar y modelar avances, y en las etapas posteriores, promover la colaboración entre escuelas.

La experiencia de los 2 años del proyecto relevó la importancia del rol directivo para facilitar la colaboración. En primer lugar, una acción clave desde su cargo fue la de proteger tiempos para este fin. En ese sentido, las y los directores más involucrados incluyeron este tipo de actividades en la agenda cotidiana sus escuelas, dando soporte y minimizando interrupciones dentro de las sesiones y, además, otorgando continuidad al proceso. Más aún, los directivos promovieron la participación de sus equipos alentando el análisis y la exploración de posibilidades de mejora durante las sesiones. La generación de estos espacios suele tomar tiempo y requiere de una construcción colectiva. Por ello, el rol directivo es clave para realizar ajustes a nivel organizacional, y también para movilizar a las y los docentes, sobre todo en las fases iniciales.

Sin embargo, también fue posible percibir resistencias de los directivos a la colaboración. Por ejemplo, uno de los principales inhibidores a su participación fue la creencia sobre la necesidad de “ser expertos” en una asignatura para poder aportar en los procesos de mejora pedagógica. Como consecuencia, tendían a reducir su involucramiento en las iniciativas de trabajo conjunto en la medida que se percibían a sí mismos como voces poco autorizadas en determinadas áreas. Esta resistencia fue abordada a través de la conformación de equipos en que participaron docentes de distintas asignaturas y con distintos niveles de experticia, y mediante el reforzamiento de las nociones de desprivatización y colaboración, entendiendo que el trabajo conjunto permite visualizar la enseñanza en distintas áreas, y que los docentes también encuentran desafíos comunes a los que el liderazgo puede contribuir desde su experticia.

Otra barrera a nivel de creencias fue considerar que la colaboración solo es necesaria cuando existen “problemas” o errores en el desempeño docente. Esto fue posible de abordar ya que el estilo de retroalimentación propuesto en el proyecto conducía a conversaciones centradas en cómo profundizar los aprendizajes de todos los estudiantes, con lo que se reforzó la importancia de la colaboración como una práctica transversal al equipo de profesores.

Finalmente, un aspecto no previsto por el proyecto fue el escenario de crisis sanitaria por el COVID-19, que provocó el cierre presencial de las escuelas. En este marco, el principal desafío fue trasladar la colaboración a un escenario virtual. Sin embargo, también permitió mantener el vínculo profesional, fomentar un trabajo intraescuela e incluso avanzar hacia una cooperación entre escuelas.

La colaboración pedagógica emerge como una gran promesa para el cambio de patrones instruccionales y culturas escolares en donde prima el trabajo individual, la supervisión, la ausencia de decisiones pedagógicas compartidas y, aún más, de interacciones pedagógicas entre directivos y docentes. Sin duda, la colaboración es una de las aspiraciones más valoradas por profesores a nivel global, especialmente en países donde los sistemas escolares están exigidos a mostrar mejoras sustantivas en la calidad de la enseñanza y el aprendizaje. Ante expectativas tan amplias, es conveniente acotar y enfocar la colaboración al ámbito pedagógico y al desarrollo profesional docente, ya que es muy probable que en otros ámbitos las escuelas sean en sí mismas un lugar de cooperación espontánea y permanente.

 

Texto editado por Claudia Llorente y Paulo Volante desde:

Volante, P. (2022). Colaboración Pedagógica: Una clave para el liderazgo escolar. Cuadernos de Pedagogía, 533, 89-98.